Gracias, Natalia

¡No corras. Ve despacio,
que donde tienes que ir
es a ti solo!

Juan Ramón Jiménez

Se disculpó por felicitarme con 24 horas de atraso por el Día de la Escritora.

– ¿A quién?, le pregunté con incredulidad.

– A una tal Nazaret Espinal-, me contesta, tras soltar una carcajada «virtual».

Fue como si leyera mis pensamientos, porque se apresuró a decir, cortante: «No me vengas con que no eres escritora, porque te he leído».

Me parece verla y escucharla decirlo, con ese temple y esa firmeza; con esa seguridad que envidio.

Hablamos por el Messenger de Facebook. Tenemos pediente una llamada para guardar silencio. Natalia es la clase de persona con la que puedes ser tú, y ejercer con libertad tu excentricidad sin sentirte apenado. No te empuja, no te provoca. Es generosa y cándida. Sincera hasta la médula. Ah, y muy libre.

– Nazaret, tú escribes MUY bien. Y tienes pasión y disciplina. Y tienes una voz y una mirada. Si eso no es ser escritora…

No termina la idea, no hace falta. Yo estoy sentada, leyendo lo que dice con lágrimas en los ojos. Es 20 de octubre. Aquí en RD pasan las 12 del mediodía, pero en Sevilla, donde vive, son más de las 6 de la tarde.

Natalia insiste, pese a que le digo que no lo haga. Sí, también es terca.

– Y no me cojo esa palabra a la ligera. No la endioso, ni la pongo en un olimpo, pero le tengo mucho respeto. Es un oficio.

Natalia a tocado una fibra muy sensible sin proponérselo. No es sobre el ser o no escritora, sino sobre una serie de cosas, llamémosle sueños, que no he podido cumplir.

– Siento que no sirvo para impulsarme a mí misma, que solo sé trabajar para otro, para decir lo que otro me dice que diga, que escriba, que haga…

De pronto, estaba diciéndolo. Por un momento sentí que solo me lo decía a mí misma, pero no. Había alguien más del otro lado:

– Creo que me di por vencida… con eso de escribir.

Darme por vencida… ¿De cuántas cosas me he estado «rindiendo» en todos estos años? Esa sensación de falta de rumbo me aturdió. Yo ya le había pedido perdón por el exabrupto, pero ella:

– No. Te escucho. Estoy aquí escuchándote en este momento. No me pidas perdón. Cuéntame.

Fue un gatillo. Lo dije todo sin pensar, sin acomodar, ¿sin miedo? No. Tenía miedo. No de revelarle mis frustraciones, sino de tener que enfrentarlas; de ser sincera conmigo de una buena vez.

– … me daría pena que por la ansiedad de lograr algo, de llegar a un sitio, de mantener un ritmo, se pierda lo esencial.

No corras, ve despacio, es un poema de Juan Ramón Jiménez. Natalia me dice que para los sueños no hay fecha de caducidad y antes me ha compartido este poema «que siempre me acompaña».

– Siento que los sueños de los otros y el ritmo de los otros se han metido en tu camino.

Sus palabras me producen vértigo. Tiene razón. Y me duele que tenga razón.

– Nuestra responsabilidad no es escribir para publicar grandes obras, ni bestseller, ni ganar el Nobel, ni que la gente nos vea y diga, a mira logró ser escritora. Nuestra responsabilidad es con nosotras mismas y con el oficio.

Leía, y cada palabra, encendida de verdad, me sacudía el corazón, me quebraba. Me quedé sin defensas. Lloré con amargura y en silencio.

– Qué ganas de poder hablarte de esto cara a cara.

Me manda un abrazo «enorme». Imagino sus brazos cruzar el Atlántico para alcanzarme.

Natalia es mucho más joven que yo, y es inmensamente talentosa y brillante. Es guionista, poeta, amiga, valiente. La quiero y la admiro (ahora un poco más) con una mezcla de gratitud que no alcanzo a describir.

Agitación y calma, ¿es posible? Es la sensación que tengo de nuestra conversación que me llegó como una especie de epifanía.

Gracias, Natalia.