¡Abajo la Iglesia! Primera parte

Si el mundo los odia, sepan que a mí me ha odiado antes que a ustedes.

Jesús
Foto de Il Ragazzo/Cathopic

Yo y mi manía de prologar. No lo puedo evitar ni cuando estoy en una conversación. Tengo afán de explicar mis intenciones siempre. Hay algo de ganas de que me entiendan bien, de no ofender (sobre todo en estos tiempos en los que dar tu opinión, disentir y criticar, es un discurso de odio) y de dejar bien claro cuáles son mis intenciones, aunque luego puedan ser libremente malinterpretadas.

Esto que escribo es un ejercicio reflexivo. Sí, es una defensa. Pero, queriendo emular -con las enormes distancias de lugar- un gesto de Benedicto XVI muy común en sus obras. Esto no es ni pretende ser una verdad incuestionable. Todo el que quiera criticarlo es bienvenido. Mi deseo es expresarme y motivar a un ejercicio, repito, de reflexión, independientemente de que se esté de acuerdo o no.

Mi curiosidad periodística, mi sentir como cristiana católica, como creyente en Jesús de Nazaret, me llevó a escribir este texto, con la intención de despejar también algunas dudas, responder alguna inquietud dispersa, y por supuesto, levantar la voz por mí y la fe en la Iglesia.

Lo hago con el respeto que me merecen las leyes, los ciudadanos disidentes a la fe cristiana y la fe en la libertad de expresión. Creo y he sido siempre una defensora de que se puede argüir sin ofender ni desmeritar a las personas, aunque falle en el intento.

Soy consciente además de que ciertos puntos aquí expuestos pueden crear ronchas incluso entre los creyentes. Solo les pido a todos que, si es posible, lo lean desde un punto de vista crítico, sin matices de grado personal, aunque, repito, usted sienta que le interpela.

A veces es bueno «ofender la mente»1 para que sea capaz de abrirse el corazón. Para escribir esto tuve que leer muchos puntos de vista contrarios a los que voy a exponer; tuve que sentir dolor y callar, intentar ser justa y comprender la indignación, y la rabia (no sé si odio) a veces nada disimulada de los comentarios expresados.

Son tiempos difíciles para los cristianos, me parece que sobre todo para los católicos. Decir lo que pensamos es más que nunca un riesgo y un estigma ganado de gratis. Sin embargo, esto para mí es un signo de esperanza. Todavía hay libertad para creer, todavía se puede luchar y defener la fe. Ya saben: podrán querer cortar todas las flores, pero jamás podrán detener la primavera.

Dicho esto, ahora sí. Empecemos.

¡Abajo la Iglesia!

El decreto 740-20 emitido el 30 de diciembre de 2020, sobre el toque de queda y las nuevas restricciones, nos tomó por sorpresa a todos. Nuevos y más restrictivos horarios para impedir la circulación, fijar el toque de queda, y disponer el cierre de negocios y espacios de esparcimiento… El solo hecho de mencionarlo me da escozor en el cuerpo. Todo de un sopetón; hubo poco, poquísimo tiempo para asimilarlo. Pese al descontento, no nos quedó de otra que patalear y aceptar. Bueno, algunos lo aceptamos.

Entre mi grupo de amigos, creyentes católicos, nos rechinó que el turismo pudiera funcionar con sus protocolos, mientras otros espacios, incluidos los templos, tuvieran que mantenerse cerrados.

Uno, dos, tres días. La humareda de comentarios entre los fieles católicos comenzó a subir en demanda de una reacción de parte de sus autoridades. Había un descontento particular y generalizado por silencio de los líderes. Un silencio, ¿cómplice, conveniente o simplemente indiferente?

Daba la impresión de que no les importaba que las iglesias fueran nuevamente cerradas a pesar de que muchas (no tengo prueba para decir que todas) operan cumpliendo los protocolos exigidos por las autoridades de salud para evitar la propagación del virus: uso de mascarillas, distanciamiento, higienización de las manos y los pies, y revisión de la temperatura para entrar al templo.

Los feligreses, insisto, y no los sacerdotes u obispos, fueron los primeros en mostrar indignación y empezaron a cuestionar a sus pastores. Eso trajo como resultado que algunos de ellos se manifestaran públicamente, a través de sus redes, y otros, desde el púlpito.

Un logro de los feligreses, a fin de cuentas, por lo que, si quieren buscar «culpables», aquí nos tienen.

Es importante aclarar que, a pesar de la crítica y el descontento, nunca hubo un llamado de los pastores a desobedecer lo establecido por el Gobierno. De hecho, todos los que se expresaron públicamente lo hicieron desde la comprensión. Su solicitud fue para que se les tomara en cuenta en una próxima ocasión y llegar juntos a un consenso sobre cómo poder tomar decisiones al respecto. Por ejemplo, el Obispo de la Diócesis de La Altagracia se refirió incluso a que «después del día 10» del mes en curso, esperaban ser convocados para un diálogo.

Es decir, que la Iglesia no le pidió al Estado quitar «de inmediato» las restricciones, sino su consideración antes de tomar decisiones. La Iglesia ejerció su derecho, como representante de miles, sino millones de ciudadanos dominicanos, a decir lo que piensa, y criticar lo que considera no es correcto. Como todos lo han hecho, con una diferencia.

La Iglesia sí criticó que se favoreciera a un grupo y que no se les hubiera tomado en cuenta al tomar una decisión como esta. Por lo que, si los demás grupos afectados quieren criticar que la Iglesia ha sido beneficiada y no a ellos, pues me parece bien. Lo que no me parece justo es que se culpe a la Iglesia porque le permitieron reabrir sus templos, y que aprovechen la brecha para despilfarrarla y censurarla, como si quienes estamos en ella no tenemos derechos, insisto, al igual que todos.

Si los gimnasios, los cines, los parques, el Malecón, están cerrados, no es culpa de la Iglesia. ¿A usted no le gusta que los templos estén abiertos… nunca? Seguro es porque usted no va, y eso no tiene que cambiar, no tiene que ir.

Si usted le parece injusto que los templos estén abiertos y los demás espacios no, estamos de acuerdo. Quéjese, pero, ¿porqué con los cristianos y los curas y los obispos? Reclámele a las autoridades competentes.

¿Que la Iglesia debió quedarse callada y esperar a que pasaran las dos semanas? ¿Por qué debió callar ante lo que a la vista no era justo? ¿Cuál es el momento oportuno para manifestarse, para decir lo que se piensa? Si hay algún policía sobre la libertad de expresión y del pensamiento, le agradecería que me ayudara a comprender.

No tienen derecho a opinar

Algunos dicen que la Iglesia ejerció presión mediática. Ahora sé que expresarse y reclamar lo que corresponde por derecho es presión mediática. Algo que por cierto sucede con mucha frecuencia pero, como la mayoría de veces nos conviene porque estamos de acuerdo, lo vemos bien. Todo es «asigún». No me molesta la presión mediática hasta que no me favorece.

Y supongamos que sí, que la Iglesia ejerció presión mediática, ¿tiene el Estado que tomar una decisión en base a esa «presión», cuando además al hacer el decreto ni les tomó en cuenta? No. Se supone que ni la justicia, ni el Estado, ni nadie, debe dejarse manipular de la presión que ejerza ningún grupo. Se supone.

Se que pueden pensar que soy una ilusa. Pero no. Soy consciente de que la Iglesia es un poder, tiene poder, y mucha de esa fuerza está en quienes la conforman, a quienes representa. Soy consciente de que en muchas ocasiones no ha usado su poder con fines potables. Ningún grupo está exento. Pero claro, la Iglesia no tiene permiso para equivocarse. 

En este caso concreto, quiero que me señalen el delito. Todo grupo tiene derecho a reclamar lo que entiende es su derecho. ¿Acaso no fuimos a la Plaza de la Bandera a protestar? Olvidan que muchos se cubrieron sus rostros por miedo a ser despedidos de sus trabajos. Al menos para mí fue doloroso, porque se supone que vivimos en una nación libre…

Esa protesta fue descomunal. Y fue de las mayores presiones que recibió el Gobierno de Danilo Medina. No por eso el entonces Presidente abandonó al siguiente día la sillita del Palacio. No. Ah, pero mucho que nos hubiera gustado, ¿cierto? La presión mediática ahí no hubiera tenido ningún problema.

¿Y que se ganó la Iglesia en cambio? Una avalancha de críticas sin piedad.

La Iglesia, como se lee en los comentarios de Orlando y Dunia publicados en la red social Twitter, usó su poder para cambiar las reglas; el presidente cedió por la presión de los fanáticos. Estos dos tuits son solo una muestra de la decenas de mensajes que responsabilizan a la Iglesia porque el Ejecutivo derogó lo dispuesto en el artículo 10 del Decreto 740-20, en el nuevo decreto 2-21 emitido el martes 5 de enero del 2021.

Esta es la prueba de que la Iglesia abusó de su poder y ejerció presión mediática. El Estado no tuvo más remedio que rendirse y devolverle la apertura de sus templos, porque, según el periodista que cito más adelante, el Gobierno corría el riesgo de que le hicieran un Golpe de Estado «como le sucedió a Juan Bosch». Ya ven, todo un despliegue del más abusivo y despiadado poder.

Tan grave fue el atrevimiento de la Iglesia, en este caso la católica, que Marino Zapete tuvo que pronunciarse y responder, en este caso directamente, al Obispo de Baní, Monseñor Víctor Masalles.

Zapete sobre Monseñor Masalles

Al señor Zapete le parece una indecencia que Monseñor haya tildado la decisión del Estado (no al presidente como quiso luego afirmar) como una desfachatez (descaro, desvergüenza) y un atrevimiento.

Por lo que significa la palabra decencia, tal vez el periodista entienda que tales expresiones no deben estar en boca de un Obispo, válgame Dios.

Sin embargo, la expresión de Masalles hay que ponerla en contexto. No son lindas palabras, pero son las que él entendió precisas para definir lo impuesto en el citado decreto de la discordia. Podemos discutir sobre si es correcto o no, o justo o no, como estoy haciendo desde comencé esta publicación, pero llamarle indecente por eso…

Todo porque reaccionó. Solo me gustaría saber o que alguien me aclare por qué alguien que defiende tanto la libertad de expresión y que además, se jacta de ser franco, de hablar de frente, sin medias tintas… que incluso ha insultado a figuras políticas, como la del expresidente Medina, con su razón o no, le molesta que alguien le haga una crítica al Estado y le ponga un calificativo a la decisión que tomó. Me gustaría saber a mí con qué derecho él sí puede decir lo que quiere pero Monseñor Masalles, al hacerlo, es un indecente.

En los dos videos siguientes, Marino hace uso de su libertad para llamar ladrón y dictador a Danilo. Pero eso no es una indecencia, ni una insolencia, ni una falta de respeto, ni difamación, ni una arrogancia siquiera. Es el legítimo derecho que tiene para expresarse libremente y sin ser coartado. Es libertad de opinión, de prensa.

Entonces NO. No. Es injusto decir que «La Iglesia» tiene la culpa por reclamar lo que por derecho le corresponde. Es injusto decir que abusó de su poder porque levantó la voz ante lo que consideró una obstrucción a su fe. Es que no me voy a cansar de pedir que alguien me responda, por favor, por qué en una sociedad democrática un cristiano no tiene derecho a opinar. O sí puedes opinar, pero no en base a tu religión ni a tu fe, que es casi lo mismo. Porque, un cristiano que se respete, no tiene doble vida; no es cristiano solo en el templo.

Pero no, se nos está empujando nuevamente hacia las catacumbas. A escondernos y a privarnos de vivir conforme a nuestra fe, porque de lo contrario, ¡crucifícalo!

¡Ah! Pero si se trata de un sacerdote que opina desde las trincheras a favor de lo que quieres oír, así sea kilométricamente distante de la fe que optó libremente profesar, entonces ése sí puede opinar, porque dice lo que quiero escuchar. Ése sí es un héroe al estilo de Jesús. De un Jesús hecho a mi medida y según mi conveniencia. Porque, aunque hay a quienes le duela aceptarlo, a Jesús hoy lo conocemos gracias a la Tradición de la Iglesia, la misma que hoy se empeñan en sepultar.

Quiero terminar esta primera parte recordando que la primera institución que tomó medidas drásticas para sus fieles, fue la Iglesia. Primero, en febrero de 2020, cuando todavía podíamos salir sin mascarilla, pidió a su feligresía no darse el saludo de la paz. Semanas después, antes del primer toque de queda, envió un comunicado anunciando el cierre de todos los templos (adjunto al final de este párrafo para los que quieran verificar). Sí. La Iglesia que ahora tachan de inconsciente, fue la primera institución en tomar medidas restrictivas tan duras como las de cerrar el templo. Porque solo un cristiano católico sabe lo delicado, lo desgarrador, lo angustiante, lo triste, lo peligroso… que es vivir sin comer a Cristo en la Eucaristía.

No nos entiendan, porque créanme, a veces ni nosotros mismos entendemos a Yavhé. Se trata de fe, amor, obediencia y discernimiento. Fue él mismo que decidió cómo quiere recibir su culto, no nosotros. Sobre eso, hablaremos en la próxima publicación.

  1. La frase «ofender tu mente para abrir el corazón», es del predicador católico Miguel Horacio. Se la escuché por primera vez durante una prédica al ministerio de predicadores María Inmaculada, uno de los espacios donde tengo el privilegio de servir al Señor.

Para siempre

Y aunque no siempre he entendido
Mis culpas y mis fracasos
En cambio sé que en tus brazos
El mundo tiene sentido.

Mario Benedetti

Hay cosas que son para siempre. Algunas serán buenas; otras, no tanto.

La felicidad es aceptar esta verdad y seguir adelante.

Tumbarse a contemplar la noche con agradecimiento.

Vivir sin culpas, sin resabios.

Después de todo la vidad es eso: un suspiro.

¿Y si te miro? Quizá sea para siempre.

Volver a empezar, segunda parte

«… para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la Gloria, os conceda espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle perfectamente, iluminando los ojos de vuestro corazón para que conozcaís cuál es la esperanza a la que habeís sido llamados por él».

Efesios 1, 17-18a.

Cada vez que un año empieza, me siento con nuevas fuerzas, como si, de pronto, pudiera con todo. Tengo ánimos para retomar proyectos que he dejado a un lado y energía para llevarlos acabo. Todo esto mezclado con la Navidad, que es mi época favorita. Me parece tan mágica y genuina… Así que esa alegría propia del Nacimiento de Jesús, de sentir el resplandor de su presencia brillando por sobre las tinieblas, renueva mis fuerzas y mi esperanza.

Con el inicio de cada año, además, hago un repaso de todo lo vivido a lo largo de los 365 días (366 este 2020) que apenas dejo atrás, para dar gracias, ver qué cosas puedo mejorar y cuáles otras necesito fortalecer o mantener.

Está demás decir que el 2020 será inolvidable porque a todos, sin distinción, nos puso frente a algo totalmente desconocido: una pandemia. Por primera vez encerrados en casa, asustados de acercanos a los demás por miedo a contagiarnos, sin poder abrazar, besar, compartir. Todo panorama futuro se mostraba, y aún se muestra, como una nube espesa de incertidumbre. Ha sido un golpe muy, muy duro.

A pesar de todo, a la medianoche del 1 de enero de 2021, suspiré agradecida, con el Rosario entre las manos, recibiendo el año con una emoción y una paz interior sobrecogedora, inexplicable.

Y, aunque aquí estoy, con todo el entusiasmo y la fe (mi palabra de este año. Todo comenzó con este post), pienso tomarlo con mucha calma; sin prisas pero sin detenerme; siendo constante.

Como tiendo a abrumarme cuando tengo muchas cosas por hacer y termino no haciendo nada, me puse metas más realistas, menos ambiciosas. Se trata de ir paso a paso, poco a poco, aunque me parezca que no avanzo o que lo que hago no significa nada. No desanimarme a pesar de eso. La meta es seguir, un día a la vez.

Si las cosas no salen como quiero o lo tenía planificado, levantarme, sacudirme y, otra vez, seguir. Si el golpe me causó mucho dolor, no escatimar esfuerzos en lo que necesite para sanar la herida, y, de nuevo, seguir. Con la mirada puesta en Jesús, pidiéndole cada día que aumente mi fe.

Para cerrar esta publicación, quiero compartirles algo que escribí hace 10 años. Sonreí porque, como leerán, yo contaba mi experiencia de leerme 10 años antes. Y, wao, esto me da una perspectiva de 20 años atrás. ¡Qué maravilla la vida! ¡Qué bueno y qué fiel ha sido Dios!

Me doy cuenta que, en esencia, sigo siendo la misma niña tierna, revoltosa, extremadamente sensible y con muchas, muchísimas ganas de amar. Pero hoy, gracias a Dios, esta Nazaret es menos ansiosa y más segura. No le huye a las confrontaciones, no se desanima por las diferencias. Esta Nazaret ha madurado, y ahora disfruta la soledad, el silencio, sabe más «guardar en el corazón». Y me gusta mucho que, a pesar de ella misma, no le importa tener que volver a empezar.

Así titulé lo que escribí hace 10 años. Debajo lo podrán leer. No sabía que habría una segunda parte, y aquí estamos, justo 10 años después. Entonces, hubiera pintado con ilusión lo que «podría ser» diez años adelante, por tratarse de una bonita coincidencia. Ahora no. Honestamente, no me importa. Si miro demasiado hacia el futuro, puedo olvidarme de disfrutar y vivir mi hoy, mi ahora. Quiero soñar, sí. Pero para impulsarme, para bombear mi corazón, no para escapar de mi realidad.

Decido nuevamente dejarme sorprender por Dios. No puedo esperar a iniciar este camino, junto a él.

Volver a empezar

Año nuevo: otra oportunidad. Una década ha quedado atrás… Con nostalgía me puse a leer mis escritos (año 2000 y siguientes). Me sonrojé al mirarme en esos versitos tímidos y flojos. Eran mis primeros años de enamorada de Cristo, con la pasión y la inmadurez de una adolescente llena de complejos e inseguridades, y que apenas se conocía a sí misma.

Me miraba en aquella nueva familia que Dios me regalaba: la iglesia y los amigos que aun conservo. Ya han pasado 10 años y recuerdo como si fuera ayer aquellos tiempos de mocedad.

La idea que tengo no es la de rechazar mi pasado. Pero como dice Martín Valverde: «no lo extrañes tanto (el pasado) como para regresar». Ese es uno de mis propósitos más importantes para esta nueva década que recién inicia: dejar atrás y volver a empezar: en lo espiritual, sentimental, profesional, personal… Vivir el hoy. Porque «necesito creer ya no seguir llorando», cito a Martín.

Lo que se estanca muere. Yo no quiero estancarme en mi pasado. En lo que pudo ser y no es. En lo que pude hacer y no hice. En lo que pude ser y no soy. Por eso mi más grande deseo lo encuentro a través de Pablo en su carta a los Efesios: «El Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la Gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendaís la esperanza a la que os llama». Sentí que una espada me traspasaba el corazón cuando escuchaba esta lectura anoche en la Eucaristía. Y recordé que fue el mensaje que mi querida amiga Jenny dejó grabado en mi facebook en sus deseos de año nuevo. Cito » Y que este sea el año de poder comprender lo que el Padre desea de ti». Este es el reto que quiero asumir más allá de mis escritos sueltos en el blog. Habrán caídas, lágrimas, cansancio, desilusiones. Pero cuánto me conforta saber que no estoy sola en esta batalla y que encontraré el apoyo para seguir adelante. El primero que está conmigo es Jesús. El, todavía, sigue creyendo en mí.

Yo, Zacarías

«Mira, por no haber creído mis palabras, que se cumplirán a su tiempo, vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día que sucedan estas cosas».

San Lucas 1, 20

Años y años, y no me había detenido en él. Zacarías, el esposo de Isabel, el padre Juan. Uno más en la historia, sin que me importara demasiado su servicio en el altar, su mudez, su profecía. Era solo Zacarías.

Este año, y los siguientes, seguiría siendo eso: solo Zacarías.

Pero pasó. Me detuve y ahí estaba: como si estuviera esperándome desde siempre. Zacarías de pronto era yo.

Resulta que tuvo «por suerte», la oportunidad de «entrar en el Santuario del Señor para quemar el incienso». Sucedió que el ángel Gabriel se le aparece y le dice que no tenga miedo, que su petición ha sido escuchada y que tendrá un hijo, que será para él «gozo y alegría», grande ante el Señor; lleno del Espíritu Santo desde el viente de su madre.

Zacarías dudó. Su duda provocó que se quedara mudo hasta que, en su tiempo, estas palabras se cumplieran.

Estaba escuchando aquel relato durante una Eucaristía en medio del adviento, que este año fue tan diferente y tan significativo para mí.

El sacerdote ese día hablaba de la fe; de como la fe es capaz de mover el poder de Dios. De como el milagro no es conseguir lo que se pide, sino tener fe en que Dios puede obrar y cumplir sus promesas, hacer posible lo que parece y nos parece imposible, que puede hacer realidad los anhelos de nuestro corazón. El verdadero milagro es la fe.

En ese momento comparó a Zacarías con María. El primero, duda. La segunda: «hágase en mí», cree.

Aquella comparación me quebró. En ese momento Zacarías dejó de ser «uno más» para ser nada más y nada menos que yo misma.

Yo: la que sirve al Señor, la que ha sido testigo de sus proesas, la que vive gracias a su providencia y su misericordia, es la misma que duda que Dios sea capaz de hacer el milagro en su vida. Yo, Zacarías.

Me encuentro en medio de esta revelación, avergonzada, descubriendo áreas de mi vida de fe que desconocía y estoy como «muda». No encuentro las palabras para hablar o escribir sobre lo que siento. ¿Será el castigo por dudar?

Mi esperanza es que, a pesar de mi falta de fe, a Dios lo mueve su misericordia. Zacarías me ha enseñado eso, que Dios actúa sobre todo movido por el amor y la misericordia; su obra estaría muy limitada si se valiera únicamente de nuestra fe.

Es un alivio, sí. Pero pido para que Dios aumente mi fe. Quiero creer que Su poder también es para mi.

Yo, Zacarías.

Amén.

«Y al punto abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios».

San Lucas 1, 64

Gracias, Natalia

¡No corras. Ve despacio,
que donde tienes que ir
es a ti solo!

Juan Ramón Jiménez

Se disculpó por felicitarme con 24 horas de atraso por el Día de la Escritora.

– ¿A quién?, le pregunté con incredulidad.

– A una tal Nazaret Espinal-, me contesta, tras soltar una carcajada «virtual».

Fue como si leyera mis pensamientos, porque se apresuró a decir, cortante: «No me vengas con que no eres escritora, porque te he leído».

Me parece verla y escucharla decirlo, con ese temple y esa firmeza; con esa seguridad que envidio.

Hablamos por el Messenger de Facebook. Tenemos pediente una llamada para guardar silencio. Natalia es la clase de persona con la que puedes ser tú, y ejercer con libertad tu excentricidad sin sentirte apenado. No te empuja, no te provoca. Es generosa y cándida. Sincera hasta la médula. Ah, y muy libre.

– Nazaret, tú escribes MUY bien. Y tienes pasión y disciplina. Y tienes una voz y una mirada. Si eso no es ser escritora…

No termina la idea, no hace falta. Yo estoy sentada, leyendo lo que dice con lágrimas en los ojos. Es 20 de octubre. Aquí en RD pasan las 12 del mediodía, pero en Sevilla, donde vive, son más de las 6 de la tarde.

Natalia insiste, pese a que le digo que no lo haga. Sí, también es terca.

– Y no me cojo esa palabra a la ligera. No la endioso, ni la pongo en un olimpo, pero le tengo mucho respeto. Es un oficio.

Natalia a tocado una fibra muy sensible sin proponérselo. No es sobre el ser o no escritora, sino sobre una serie de cosas, llamémosle sueños, que no he podido cumplir.

– Siento que no sirvo para impulsarme a mí misma, que solo sé trabajar para otro, para decir lo que otro me dice que diga, que escriba, que haga…

De pronto, estaba diciéndolo. Por un momento sentí que solo me lo decía a mí misma, pero no. Había alguien más del otro lado:

– Creo que me di por vencida… con eso de escribir.

Darme por vencida… ¿De cuántas cosas me he estado «rindiendo» en todos estos años? Esa sensación de falta de rumbo me aturdió. Yo ya le había pedido perdón por el exabrupto, pero ella:

– No. Te escucho. Estoy aquí escuchándote en este momento. No me pidas perdón. Cuéntame.

Fue un gatillo. Lo dije todo sin pensar, sin acomodar, ¿sin miedo? No. Tenía miedo. No de revelarle mis frustraciones, sino de tener que enfrentarlas; de ser sincera conmigo de una buena vez.

– … me daría pena que por la ansiedad de lograr algo, de llegar a un sitio, de mantener un ritmo, se pierda lo esencial.

No corras, ve despacio, es un poema de Juan Ramón Jiménez. Natalia me dice que para los sueños no hay fecha de caducidad y antes me ha compartido este poema «que siempre me acompaña».

– Siento que los sueños de los otros y el ritmo de los otros se han metido en tu camino.

Sus palabras me producen vértigo. Tiene razón. Y me duele que tenga razón.

– Nuestra responsabilidad no es escribir para publicar grandes obras, ni bestseller, ni ganar el Nobel, ni que la gente nos vea y diga, a mira logró ser escritora. Nuestra responsabilidad es con nosotras mismas y con el oficio.

Leía, y cada palabra, encendida de verdad, me sacudía el corazón, me quebraba. Me quedé sin defensas. Lloré con amargura y en silencio.

– Qué ganas de poder hablarte de esto cara a cara.

Me manda un abrazo «enorme». Imagino sus brazos cruzar el Atlántico para alcanzarme.

Natalia es mucho más joven que yo, y es inmensamente talentosa y brillante. Es guionista, poeta, amiga, valiente. La quiero y la admiro (ahora un poco más) con una mezcla de gratitud que no alcanzo a describir.

Agitación y calma, ¿es posible? Es la sensación que tengo de nuestra conversación que me llegó como una especie de epifanía.

Gracias, Natalia.

El aroma de la felicidad

«Las penas con pan son menos».

Miguel de Cervantes

Están acabaditas de ablandar a fuego medio en la olla de presión. Mi madre pone en una olla las que nos comeremos ese día y reserva el resto en el refrigerador. 

Auyama picada en cuadros pequeños. Con un diente de ajo y una gotita de aceite de canola, burbujean despacito los granos rojitos de las habichuelas, blandos pero firmes. Algunos coquetean una raya que parece una cicatriz. Otros, corren con la suerte de que Mami los aplaste suavemente contra el recipiente para lograr un caldo espeso. 

Ahora, el tercio de una cebolla, ají cubanela partido a la mitad, ramas tupidas verduras, sal…  La cocina huele a gloria. 

Hierve todo unos minutos que me parecen eternos. Hace semanas que no como habichuelas rojas así, como me gustan, recién hechas.

El olor se me mete en las entrañas. 

Ya mi arroz está servido. Es locrio de arenque, al que también le saltan generosos cuadritos de auyama. Le echo suficiente del «guiso de los dioses» (que ahora innunda con su aroma la sala y el comedor) hasta ahogarlo. Estoy a punto de llorar de la felicidad. 

La tajada de aguacate todavía está caliente. Mami lo acaba de comprar al último «marchante» que cruza frente a la casa y que, según su experiencia, es el que vende los mejores, aunque no sea al precio más barato. 

Hago la oración más rápido de lo acostumbrado. Me siento y me llevo a la boca el primer bocado. ¿Quién dice que no existe la perfección? 

El olor de las habichuelas trae recuerdos a mi memoria. Todos son felices.

Una mañana

La mañana, esa mañana eternamente repetida, juega poco, sin embargo, a cambiar la faz de la ciudad, ese sepulcro, es cucaña, es colmena

Camilo José Cela

Es una mañana extrañamente fresca. Abro la puerta y la brisa recorre la habitación con benevolencia. El canto de los pajaritos se confunde con un eco de golpes de martillo.

Leo mientras el sol me arrulla con ternura, anunciando que pronto cesará la calma que reina cuando los cuerpos todavía se niegan a salir del estado de inercia en el que se encuentran, agendas y horarios por cumplir: la pesadilla inevitable, el precio de estar despiertos.

Ya se enciende el televisor, se pone andar un vehículo, el motor de una lavadora que se detiene 3 segundos para seguir torturando la ropa que lleva dentro.

El ladrido del perro al ver pasar a un gato que a su vez se ha pasado la noche maullando, delirando por las hormonas revueltas de su amada.

El vendedor de fundas para la basura y veneno para ratas. El rap que anuncia las ofertas del comprador de artículos viejos. Otra vez el perro.

El perro, el vendedor, la lavadora, el vehículo, el televisor, el martillo, los pájaros…

– Buenos días, dice.  La mañana irrumpe y hace fuego «y nos golpea los corazones».

Dos y uno

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« … hay que ser capaz de estar solo para volver a empezar». Ricardo Pligia

Estoy hecha de nostalgias y de melancolías. A veces es una carga dolorosa que no deja de ser necesaria. Otras, un impulso mágico que me abre los ojos a nuevas historias, que me sensibiliza con el mundo y sus dolores, y me pone de frente a los detalles que solo con el corazón estrujado se pueden ver.

Hay días en que no puedo con mis sentimientos. Siento que me ahogan, que no me dejan avanzar, que me esclavizan, postrándome sin clemencia en un mismo lugar en el que no deseo estar.

Otros días, son esas mismas palpitaciones a toda prisa las que me impulsan a trazar mi propio camino, a ser valiente y luchadora, y que como si se tratase de una corriente de energía, me hace plenamente consciente de estar viva, de pertenecer a un mundo maravilloso y fulgurante, que me despierta con hambre de sueños, de metas cumplidas, de amor y desafíos.

Mi corazón es mi motor y mi ancla. Mi fuerza y mi debilidad. Mi orgullo y mi vergüenza. Mi alegría y mi sufrir.

A veces no quisiera sentir como siento; otras, no puedo imaginarme la vida sin esa sensibilidad inquietante, siempre nueva y sorpresiva.

No sé si pueda vivir así toda la vida, suspirando por todo, creando una historia mental de los conciertos de artistas que cantan las mismas canciones de hace 20 años, o de las flores del flamboyán rojo que se muestra orgulloso por cualquier calle, o sobre el olor a pan recién hecho antes de las 7 de la mañana, de la brisa acariciándome el rostro mientras camino sin rumbo fijo.

Me da miedo este vicio loco, este irrevocable ser intenso y calmado que me divide en dos. ¿Será posible ser dos alguien en un mismo cuerpo, en un mismo corazón?


 

Seguir

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Caminante, son tus huellas el camino y nada más.

Antonio Machado

Justo en este momento, llueve. No sé la razón ni si seré la única, pero la lluvia siempre despierta en mí nostalgias, inspiraciones, melancolías, sueños… ¡y ganas de estar en casa! Estoy en la oficina, una pequeña y fría sala de redacción, en la que el ruido de los dedos tecleando en el computador, irrumpe sutil en el silencio y se confunde con la pesadez propia de los días en los que no sale el sol. 

¿Les dije que hace frío? Yo siempre tengo frío, y sufro. Porque me duelen los huesos y no puedo pensar. Por eso repito con gratitud que me encanta mi país y su clima, que disfruto siempre que puedo, haciendo caminatas sin motivo, tocando los árboles que me saludan al verme pasar. 

Hoy no toca caminata, ni roces divertidos a las hojas de los árboles. Tampoco miradas de sorpresa tratando de descubrir el motivo de mi sonrisa o de mis suspiros con los ojos cerrados. 

Estoy aquí, en la ¿ya dije fría? sala de redacción, recordándome que debo seguir. No soy una persona de crearse planes, ni a corto ni largo plazo. Sin embargo, este año me puse metas. Ninguna las he podido cumplir, a pesar del empeño y el largo etcétera de esfuerzos necesarios para lograrlas. Algunas definitivamente no podrán ser. 

En consecuencia, he tenido mis ganas de tirar la toalla. Días en los que di vueltas en un mismo lugar, buscando razones, sintiéndome… frustrada.  Gracias a Dios, los consuelos fueron llegando, al igual que la calma, para volverme a enfocar y descubrir que he estado muy distraída. 

Me tomé tiempo para estar a solas y la memoria se llenó de recuerdos hermosos, que me devolvieron la energía. Sí, es bueno recordar, pero no para volver al pasado con deseos de quedarse allí, si no más bien para no olvidar de dónde venimos y todo lo que hemos superado para lograr estar donde estamos y ser lo que somos. Recordar como un ejercicio de agradecimiento y aprendizaje; de valoración y para renovar fuerzas. 

Entre los tantos recuerdos que me han ayudado a sanar, está este post que escribí hace ocho años, exactamente el 19 de abril de 2010. Se llama ¿Qué significa seguir? Se los copio debajo, con una pequeña edición del texto original. Al terminar de leer la nota, debo decir que me siento muy orgullosa de la Nazaret que hace 8 años tuvo la valentía de escribir de esta manera a pesar de lo que estaba viviendo. Ha sido muy emotivo para mi re-leerme y revivir estas palabras, que tanto ánimo le dan a mi corazón. 

En otro post escribiré sobre una película que también me ha ayudado mucho a entender que, muchas veces, perseguimos éxitos ajenos y por eso no somos capaces de conseguir o disfrutar los nuestros. Nada nos sacia, no estamos conformes. En el momento que la vi, aprendí que nadie encuentra su realización en las mismas cosas; que no vale la pena compararse, porque terminas hiriéndote cuando no consigues lo que otros sí, y que «eso» no significa fracaso. Que muchas veces, muchísimas, no sabes lo que realmente quieres porque andas muy distraído queriendo lo que quieren los demás, creyendo que «eso» es lo que necesitas para ser feliz. Al final descubres que no, que nunca lo fue. 

Hay muchas más lecciones qué contar. Mientras, aquí les dejo: 

¿Qué significa seguir?  

Sin mucho en la cabeza decidí hacer yo el artículo. Abrí el escritorio, hice «click» en «nueva entrada» y empecé a teclear. Lo que saliera estaría bien. En estos días tengo que sacar fuera, tengo que… dejar salir todo lo que entra a mi mente. Tengo que seguir.

Y, ¿qué significa seguir?

Luchar sin descanso, es decir, no darse por vencido.
Seguir escribiendo aunque nadie te lea.
Salir a la calle con una sonrisa a pesar de haber dormido mal y no tener dinero para comer y pagar el pasaje.
Seguir es corregir los errores. Conservar la calma cuando aparentemente lo haz perdido todo.
Es pintarse los labios de carmín, sentirse orgullosa y valorar lo que eres, después de terminar una relación de años. O después de años de estar sola.
Seguir es sacudirte el polvo, vendarte las heridas, olvidar lo pasado.
Es caminar con la frente en alto cuando acabas de perder el trabajo. Comerte un helado cuando no te fue bien en el exámen.
Seguir es soñar aunque tengas pesadillas. Escribir aunque no llegue la inspiración. Vestirte de rojo luego de un diagnóstico desfavorable de salud. Es perder la batalla pero tener ganas de pelear hasta morir.
Seguir es perdonar y sanar la herida aunque parezca que no tiene sentido. Es amar a aquel que te arrancó el amor.
Seguir es dormir cuando no sabes como pagar las deudas. Es soltar una carcajada cuando se te olvidó la cartera y todos tus cuadernos en el autobús.
Es levantarse temprano a tomar el café cuando el cielo amanece nublado o llueve.
Seguir es subirse el pantalón cuando hay que pasar un charco de agua y ponerse una funda en la cabeza si se te quedó la sombrilla en casa.
Es comerte feliz un helado de coco con batata si no hay para comprar un «Yogen Fruz».
Es bajarte y atar el cordón de los zapatos si no aparece quien lo haga.
Seguir es hacer de las cenizas tus alas para volar.
Tomarte el remedio de cebollas y sábila aunque no te guste.
Seguir es eso… seguir. Continuar, no detenerse, mirar hacia adelante, ponerse de pie después de caer… seguir. Tomarse el chocolate caliente agarrando la taza con las dos manos, sonriendo agradecida porque después de todo, si estás viva, entonces no estás vencida. Sigue.

Aquí estoy

«Hay golpes en la vidatan fuertes… ¡Yo no sé!».  César Vallejo.

Admiro a la gente que sale a la calle con una sonrisa aunque por dentro esté destrozada. La gente que lleva a cuestas tantos dolores, tantos «no» inexplicables, y sigue adelante, con esperanza. Admiro a los que se mantienen fuerte ante los golpes que reciben; a los que luchan y salen a la calle con la frente en alto a pesar de los pronósticos en su contra. Admiro a los que son capaces de leer lo positivo de sus «malas noticias». 

Los admiro y debo decir que, hasta cierto punto, los envidio. No es fácil. En este caminar de fe de la mano de Dios, ha sido de los retos más difíciles de alcanzar: mantenerme de pie y confiada «a pesar de todo». Y cuando digo todo, es todo. 

Y me permito escribir esto con toda propiedad, porque desde mi experiencia como cristiana me ha tocado muchas veces esperar en medio del silencio, sin comprender en absoluto los porqués de lo que sucede a mi alrededor o de lo que me toca vivir. 

Les mentiría si les digo que acepto todo en silencio y sin hacer rabietas. Las hago. Pregunto, lloro, me resisto… pero al final, llega la calma, y ese silencio insoportable de parte de Dios, esas preguntas sin responder, esas «noches oscuras del alma» se van disolviendo en la paz que da la confianza de saber que Él jamás se ha olvidado ni se olvidará de mi. 

Sé, con la misma propiedad, que al final siempre es mejor Su voluntad. Aunque no saque muy buenas calificaciones en este ejercicio de confiar a ojos cerrados y mantenerme serena en medio de la turbulencia… aquí estoy. Perseverando en el camino, aunque a veces sienta que ya no tengo fuerzas o que no vale la pena soñar… aquí estoy. 

Esos silencios, esas preguntas sin respuestas, son parte de lo que toca aprender y aceptar sobre la vida. Porque eso es vivir. La vida no es lineal, ni perfecta. No es una fantasía. Sé que un día todo cobrará sentido. Mientras tanto, aquí estoy.