Si el mundo los odia, sepan que a mí me ha odiado antes que a ustedes.
Jesús
Yo y mi manía de prologar. No lo puedo evitar ni cuando estoy en una conversación. Tengo afán de explicar mis intenciones siempre. Hay algo de ganas de que me entiendan bien, de no ofender (sobre todo en estos tiempos en los que dar tu opinión, disentir y criticar, es un discurso de odio) y de dejar bien claro cuáles son mis intenciones, aunque luego puedan ser libremente malinterpretadas.
Esto que escribo es un ejercicio reflexivo. Sí, es una defensa. Pero, queriendo emular -con las enormes distancias de lugar- un gesto de Benedicto XVI muy común en sus obras. Esto no es ni pretende ser una verdad incuestionable. Todo el que quiera criticarlo es bienvenido. Mi deseo es expresarme y motivar a un ejercicio, repito, de reflexión, independientemente de que se esté de acuerdo o no.
Mi curiosidad periodística, mi sentir como cristiana católica, como creyente en Jesús de Nazaret, me llevó a escribir este texto, con la intención de despejar también algunas dudas, responder alguna inquietud dispersa, y por supuesto, levantar la voz por mí y la fe en la Iglesia.
Lo hago con el respeto que me merecen las leyes, los ciudadanos disidentes a la fe cristiana y la fe en la libertad de expresión. Creo y he sido siempre una defensora de que se puede argüir sin ofender ni desmeritar a las personas, aunque falle en el intento.
Soy consciente además de que ciertos puntos aquí expuestos pueden crear ronchas incluso entre los creyentes. Solo les pido a todos que, si es posible, lo lean desde un punto de vista crítico, sin matices de grado personal, aunque, repito, usted sienta que le interpela.
A veces es bueno «ofender la mente»1 para que sea capaz de abrirse el corazón. Para escribir esto tuve que leer muchos puntos de vista contrarios a los que voy a exponer; tuve que sentir dolor y callar, intentar ser justa y comprender la indignación, y la rabia (no sé si odio) a veces nada disimulada de los comentarios expresados.
Son tiempos difíciles para los cristianos, me parece que sobre todo para los católicos. Decir lo que pensamos es más que nunca un riesgo y un estigma ganado de gratis. Sin embargo, esto para mí es un signo de esperanza. Todavía hay libertad para creer, todavía se puede luchar y defener la fe. Ya saben: podrán querer cortar todas las flores, pero jamás podrán detener la primavera.
Dicho esto, ahora sí. Empecemos.
¡Abajo la Iglesia!
El decreto 740-20 emitido el 30 de diciembre de 2020, sobre el toque de queda y las nuevas restricciones, nos tomó por sorpresa a todos. Nuevos y más restrictivos horarios para impedir la circulación, fijar el toque de queda, y disponer el cierre de negocios y espacios de esparcimiento… El solo hecho de mencionarlo me da escozor en el cuerpo. Todo de un sopetón; hubo poco, poquísimo tiempo para asimilarlo. Pese al descontento, no nos quedó de otra que patalear y aceptar. Bueno, algunos lo aceptamos.
Entre mi grupo de amigos, creyentes católicos, nos rechinó que el turismo pudiera funcionar con sus protocolos, mientras otros espacios, incluidos los templos, tuvieran que mantenerse cerrados.
Uno, dos, tres días. La humareda de comentarios entre los fieles católicos comenzó a subir en demanda de una reacción de parte de sus autoridades. Había un descontento particular y generalizado por silencio de los líderes. Un silencio, ¿cómplice, conveniente o simplemente indiferente?
Daba la impresión de que no les importaba que las iglesias fueran nuevamente cerradas a pesar de que muchas (no tengo prueba para decir que todas) operan cumpliendo los protocolos exigidos por las autoridades de salud para evitar la propagación del virus: uso de mascarillas, distanciamiento, higienización de las manos y los pies, y revisión de la temperatura para entrar al templo.
Los feligreses, insisto, y no los sacerdotes u obispos, fueron los primeros en mostrar indignación y empezaron a cuestionar a sus pastores. Eso trajo como resultado que algunos de ellos se manifestaran públicamente, a través de sus redes, y otros, desde el púlpito.
Es importante aclarar que, a pesar de la crítica y el descontento, nunca hubo un llamado de los pastores a desobedecer lo establecido por el Gobierno. De hecho, todos los que se expresaron públicamente lo hicieron desde la comprensión. Su solicitud fue para que se les tomara en cuenta en una próxima ocasión y llegar juntos a un consenso sobre cómo poder tomar decisiones al respecto. Por ejemplo, el Obispo de la Diócesis de La Altagracia se refirió incluso a que «después del día 10» del mes en curso, esperaban ser convocados para un diálogo.
Es decir, que la Iglesia no le pidió al Estado quitar «de inmediato» las restricciones, sino su consideración antes de tomar decisiones. La Iglesia ejerció su derecho, como representante de miles, sino millones de ciudadanos dominicanos, a decir lo que piensa, y criticar lo que considera no es correcto. Como todos lo han hecho, con una diferencia.
La Iglesia sí criticó que se favoreciera a un grupo y que no se les hubiera tomado en cuenta al tomar una decisión como esta. Por lo que, si los demás grupos afectados quieren criticar que la Iglesia ha sido beneficiada y no a ellos, pues me parece bien. Lo que no me parece justo es que se culpe a la Iglesia porque le permitieron reabrir sus templos, y que aprovechen la brecha para despilfarrarla y censurarla, como si quienes estamos en ella no tenemos derechos, insisto, al igual que todos.
Si los gimnasios, los cines, los parques, el Malecón, están cerrados, no es culpa de la Iglesia. ¿A usted no le gusta que los templos estén abiertos… nunca? Seguro es porque usted no va, y eso no tiene que cambiar, no tiene que ir.
Si usted le parece injusto que los templos estén abiertos y los demás espacios no, estamos de acuerdo. Quéjese, pero, ¿porqué con los cristianos y los curas y los obispos? Reclámele a las autoridades competentes.
¿Que la Iglesia debió quedarse callada y esperar a que pasaran las dos semanas? ¿Por qué debió callar ante lo que a la vista no era justo? ¿Cuál es el momento oportuno para manifestarse, para decir lo que se piensa? Si hay algún policía sobre la libertad de expresión y del pensamiento, le agradecería que me ayudara a comprender.
No tienen derecho a opinar
Algunos dicen que la Iglesia ejerció presión mediática. Ahora sé que expresarse y reclamar lo que corresponde por derecho es presión mediática. Algo que por cierto sucede con mucha frecuencia pero, como la mayoría de veces nos conviene porque estamos de acuerdo, lo vemos bien. Todo es «asigún». No me molesta la presión mediática hasta que no me favorece.
Y supongamos que sí, que la Iglesia ejerció presión mediática, ¿tiene el Estado que tomar una decisión en base a esa «presión», cuando además al hacer el decreto ni les tomó en cuenta? No. Se supone que ni la justicia, ni el Estado, ni nadie, debe dejarse manipular de la presión que ejerza ningún grupo. Se supone.
Se que pueden pensar que soy una ilusa. Pero no. Soy consciente de que la Iglesia es un poder, tiene poder, y mucha de esa fuerza está en quienes la conforman, a quienes representa. Soy consciente de que en muchas ocasiones no ha usado su poder con fines potables. Ningún grupo está exento. Pero claro, la Iglesia no tiene permiso para equivocarse.
En este caso concreto, quiero que me señalen el delito. Todo grupo tiene derecho a reclamar lo que entiende es su derecho. ¿Acaso no fuimos a la Plaza de la Bandera a protestar? Olvidan que muchos se cubrieron sus rostros por miedo a ser despedidos de sus trabajos. Al menos para mí fue doloroso, porque se supone que vivimos en una nación libre…
Esa protesta fue descomunal. Y fue de las mayores presiones que recibió el Gobierno de Danilo Medina. No por eso el entonces Presidente abandonó al siguiente día la sillita del Palacio. No. Ah, pero mucho que nos hubiera gustado, ¿cierto? La presión mediática ahí no hubiera tenido ningún problema.
¿Y que se ganó la Iglesia en cambio? Una avalancha de críticas sin piedad.
La Iglesia, como se lee en los comentarios de Orlando y Dunia publicados en la red social Twitter, usó su poder para cambiar las reglas; el presidente cedió por la presión de los fanáticos. Estos dos tuits son solo una muestra de la decenas de mensajes que responsabilizan a la Iglesia porque el Ejecutivo derogó lo dispuesto en el artículo 10 del Decreto 740-20, en el nuevo decreto 2-21 emitido el martes 5 de enero del 2021.
Esta es la prueba de que la Iglesia abusó de su poder y ejerció presión mediática. El Estado no tuvo más remedio que rendirse y devolverle la apertura de sus templos, porque, según el periodista que cito más adelante, el Gobierno corría el riesgo de que le hicieran un Golpe de Estado «como le sucedió a Juan Bosch». Ya ven, todo un despliegue del más abusivo y despiadado poder.
Tan grave fue el atrevimiento de la Iglesia, en este caso la católica, que Marino Zapete tuvo que pronunciarse y responder, en este caso directamente, al Obispo de Baní, Monseñor Víctor Masalles.
Zapete sobre Monseñor Masalles
Al señor Zapete le parece una indecencia que Monseñor haya tildado la decisión del Estado (no al presidente como quiso luego afirmar) como una desfachatez (descaro, desvergüenza) y un atrevimiento.
Por lo que significa la palabra decencia, tal vez el periodista entienda que tales expresiones no deben estar en boca de un Obispo, válgame Dios.
Sin embargo, la expresión de Masalles hay que ponerla en contexto. No son lindas palabras, pero son las que él entendió precisas para definir lo impuesto en el citado decreto de la discordia. Podemos discutir sobre si es correcto o no, o justo o no, como estoy haciendo desde comencé esta publicación, pero llamarle indecente por eso…
Todo porque reaccionó. Solo me gustaría saber o que alguien me aclare por qué alguien que defiende tanto la libertad de expresión y que además, se jacta de ser franco, de hablar de frente, sin medias tintas… que incluso ha insultado a figuras políticas, como la del expresidente Medina, con su razón o no, le molesta que alguien le haga una crítica al Estado y le ponga un calificativo a la decisión que tomó. Me gustaría saber a mí con qué derecho él sí puede decir lo que quiere pero Monseñor Masalles, al hacerlo, es un indecente.
En los dos videos siguientes, Marino hace uso de su libertad para llamar ladrón y dictador a Danilo. Pero eso no es una indecencia, ni una insolencia, ni una falta de respeto, ni difamación, ni una arrogancia siquiera. Es el legítimo derecho que tiene para expresarse libremente y sin ser coartado. Es libertad de opinión, de prensa.
Entonces NO. No. Es injusto decir que «La Iglesia» tiene la culpa por reclamar lo que por derecho le corresponde. Es injusto decir que abusó de su poder porque levantó la voz ante lo que consideró una obstrucción a su fe. Es que no me voy a cansar de pedir que alguien me responda, por favor, por qué en una sociedad democrática un cristiano no tiene derecho a opinar. O sí puedes opinar, pero no en base a tu religión ni a tu fe, que es casi lo mismo. Porque, un cristiano que se respete, no tiene doble vida; no es cristiano solo en el templo.
Pero no, se nos está empujando nuevamente hacia las catacumbas. A escondernos y a privarnos de vivir conforme a nuestra fe, porque de lo contrario, ¡crucifícalo!
¡Ah! Pero si se trata de un sacerdote que opina desde las trincheras a favor de lo que quieres oír, así sea kilométricamente distante de la fe que optó libremente profesar, entonces ése sí puede opinar, porque dice lo que quiero escuchar. Ése sí es un héroe al estilo de Jesús. De un Jesús hecho a mi medida y según mi conveniencia. Porque, aunque hay a quienes le duela aceptarlo, a Jesús hoy lo conocemos gracias a la Tradición de la Iglesia, la misma que hoy se empeñan en sepultar.
Quiero terminar esta primera parte recordando que la primera institución que tomó medidas drásticas para sus fieles, fue la Iglesia. Primero, en febrero de 2020, cuando todavía podíamos salir sin mascarilla, pidió a su feligresía no darse el saludo de la paz. Semanas después, antes del primer toque de queda, envió un comunicado anunciando el cierre de todos los templos (adjunto al final de este párrafo para los que quieran verificar). Sí. La Iglesia que ahora tachan de inconsciente, fue la primera institución en tomar medidas restrictivas tan duras como las de cerrar el templo. Porque solo un cristiano católico sabe lo delicado, lo desgarrador, lo angustiante, lo triste, lo peligroso… que es vivir sin comer a Cristo en la Eucaristía.
No nos entiendan, porque créanme, a veces ni nosotros mismos entendemos a Yavhé. Se trata de fe, amor, obediencia y discernimiento. Fue él mismo que decidió cómo quiere recibir su culto, no nosotros. Sobre eso, hablaremos en la próxima publicación.
- La frase «ofender tu mente para abrir el corazón», es del predicador católico Miguel Horacio. Se la escuché por primera vez durante una prédica al ministerio de predicadores María Inmaculada, uno de los espacios donde tengo el privilegio de servir al Señor.