Era un misterio. Lo sorprendíamos escarbando en la despensa, a la que entraba sigiloso cada vez que la puerta se quedaba entreabierta. Se espantaba y huía asustado cuando íbamos al lugar de los hechos, movidos por el extraño ruido que escuchábamos.
No sabíamos la razón. Los gatos suelen ser mañosos y éste, que lo adoptamos por misericordia cuando se apareció moribundo y herido frente a la casa, nos saca de nuestras casillas sobre todo cuando anda enamorándose… ya saben, va salpicando por doquier con lo que supone ser la huella de su hombría. Mi madre dice que «está marcando su territorio».
Hace unos días ella -mi madre- había notado unas marcas oscuras en el marco de la puerta de la despensa. La fetidez a orina de gato era insoportable. Debía ser eso. Lo comprobó cuando le echó cloro: «Hizo espuma. Cuando echas cloro sobre la orina de gato (quizá es lo mismo sobre la de las personas, pero no lo sabe) hace «ssshhh» como una espumita, como cuando le echas bicarbonato al limón. ¿Nunca le has echado bicarbonato al limón?»
Estaba molesta, y con razón. Pero no sé si era por el mal olor que inundaba la cocina o por la nueva manía que tenía nuestra tormentosa mascota de dejar rastros justo en este lugar.
Esta mañana de lunes feriado (las autoridades habían decidido trasladar la festividad por el natalicio de Juan Pablo Duarte al primer día de la semana), mami descubrió un nuevo hallazgo: el gato había estado nueva vez en la despensa y había roto la funda donde se encontraban las cajas de té. El desesperado felino se había concentrado en la que contenía las bolsitas de valeriana: «Estaba rompiéndola, arañándola». Por suerte, llegó a tiempo para quitársela.
Mi madre, que es muy astuta, sospechaba la razón: «Creo que el olor de la Valeriana es parecido al de las gatas en celo». Ninguno pusimos demasiada atención a sus palabras. Yo le aseguré que lo investigaría, buscándolo en Internet. Pero desde que me di la vuelta para regresar a la habitación y reabrí Un crimen dormido, lo olvidé por completo.
Como no es de las que se queda con las dudas, puso en marcha un plan. Sacó un sobre de té de Valeriana y se lo arrojó al gato como si se tratara un pedazo de carne. El resultado nos dejó perplejos. Presa de una excitación muy rara, rompió el envoltorio que contenía la bolsita de valeriana y se revolcó con y sobre él por el suelo, con un placer extraño… parecía jugar, pero vaya, ¡era algo más que eso!
Como alguien que tiene la sabiduría propia de la experiencia, mi madre insistió en sus cavilaciones: el gato reaccionaba a la valeriana como si ésta se tratara de una gata en celo. Mi hermana (que hizo lo que yo había dejado a un lado) se preguntó si Google tendría una respuesta para esto. Y vaya que sí la tuvo: «Los aceites volátiles de la valeriana estimulan el sistema nervioso y, al parecer, el aroma que destilan estos aceites esenciales tiene el mismo efecto que las hormonas producidas por un gato en celo, ya que la composición genética de estas hormonas es muy similar. Los gatos, entonces, sienten el mismo tipo de euforia que les provocan las hormonas en celo».
¡Ja! Mi madre, con la sagacidad y el olfato de Miss Marple, tenía razón.
«Teníamos que resolver este misterio», concluyó.
Jajaja, me encantó!
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Súper interesante!!! Desde niña fui amante de los gatos porque crecí con ellos y realmente son una caja de sorpresas.
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